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EL FRACASO DEL POSITIVISMO Y EL FRACASO DE LA EDUCACIÓN PERUANA

Una realidad doliente de este país que es un "burdel" en el mundo 

El positivismo en el Perú no fue una ciencia, sino un ideal, un sueño, una promesa jamás cumplida. Fue una seudociencia, porque no hubo en el Perú un genuino filósofo o científico del positivismo. La razón de ser de su fracaso radica en su carácter político, ideológico y en su interpretación reducida, sesgada, materialista

Luis Alberto Medina 

Publicado: 2015-01-19

¿Qué es el positivismo y por qué ha fracasado en el Perú?, ¿cuál es su naturaleza y cuáles son las causas de su inaplicabilidad y su fracaso en nuestra sociedad?, ¿es la educación peruana actual una herencia del positivismo que se implantó en nuestro país hacia fines del siglo XIX e inicios del XX? Estas y otras interrogantes serán respondidas en los siguientes apuntes. 

 El positivismo es una corriente filosófica propuesta por Augusto Comte (1797 – 1857) que afirma que el único conocimiento auténtico es el conocimiento científico, y que tal conocimiento solamente puede surgir de la afirmación de las teorías a través del método científico. Según esta escuela, todas las actividades filosóficas y científicas deben efectuarse únicamente en el marco del análisis de los hechos reales verificados por la experiencia. 

El positivismo, en Europa fue adoptado y se expandió rápidamente. Fue abrazada como la filosofía rectora del conocimiento científico y del avance del desarrollo social, económico, cultural, político y tecnológico. Era la promesa de un futuro mejor, debido a la visión de una civilización más desarrollada gracias a la ciencia salvadora de la humanidad, acorde a los nuevos tiempos. De este modo, abarcó varios campos del conocimiento e influyó enormemente en grandes campos en la intelectualidad europea (medicina, política, pedagogía, historiografía y literatura).

El positivismo surgió en Europa en una parte de la historia que fue relativamente pacífica: se desarrolla la industrialización europea, se construían redes viales para unir las ciudades con el campo, se vencían a las enfermedades gracias al avance de las investigaciones científicas en el campo de la medicina. En suma, en Europa se cimentaba la idea de progreso en la población y esta idea entusiasmaba a todos. Se desarrollaban las ciencias, con contribuciones importantes como en las matemáticas, la medicina, etc. Ocurría una estabilidad económica y política que la sociedad interpretaba positivamente, pero pronto se hacen notar los grandes males en el seno mismo de la sociedad: la explotación del proletariado, el abuso inhumano hacia los menores de edad y las miserables condiciones de la clase obrera (el marxismo se encargaría de interpretar y canalizar estos males: su lectura de la realidad era diferente). Mientras ocurrían estas ideas de progreso en Europa, ¿qué ocurría en el Perú?, ¿cuál era la realidad nuestra en materia de política, educación, cultura y economía?

Hacia los fines del siglo XIX, el país acababa de sufrir la derrota de la Guerra del Pacífico. Un puñado de hombres, ilustres pensadores y otros nada iluminados como don Clemente Palma, emergieron desde los escombros de la “desgracia nacional” e intentaron buscar una salida hacia el desarrollo y el progreso de la sociedad y del país, y lo intentaron abrazando la ciencia y la filosofía: el positivismo, precisamente. 

El positivismo peruano, en este sentido, se gestó luego de la dura derrota bélica que sufrió el Perú con Chile. Entonces, nuestros compatriotas se preguntaban cómo debían reconstruir el país: la nación peruana se tenía que sacudir de todo el lastre escolástico que predominaba en las enseñanzas (en la escuela y la educación superior), para ello dio la primera voz de renovación Manuel González Prada con sus discursos demoledores, como  del Politeama, que nos invitaba a acudir a la ciencia positiva aquella benefactora de la humanidad y que nos alejemos de las regiones del idealismo sin consistencia, que después de la realidad no hay más que fantasías y metafísica.

El positivismo peruano surgió fuera de las aulas de la universidad, debido a que la universidad decayó considerablemente después de la Colonia, perdiendo fuerza en lo que compete a las Humanidades y la Filosofía. Tuvieron, en cambio, más énfasis los colegios como el Guadalupe y San Carlos, que se convirtieron en centros de prolongados debates. El mayor exponente en este debate ideológico es, precisamente, Manuel González Prada. En el campo del Derecho, el máximo representante es Javier Prado que, en su tesis, rechazaba la influencia de la metafísica sobre las ciencias humanas calificándola de perniciosa y denunciaba el subjetivismo incontrolable de la misma en el Derecho Penal. En cambio, la aplicación del método positivo en este campo, conduce a comprender objetivamente que fenómenos como el alcoholismo, la locura y la epilepsia nada tienen que ver con una inspiración espiritualista o con posesiones demoniacas, como pretendían los juristas y los sacerdotes que abrazaban la metafísica.

En síntesis, ¿tuvo éxito el positivismo en el Perú?, ¿fue esta corriente filosófica, esta ciencia positiva, la benefactora de la humanidad como lo propugnaba Manuel González Prada?, ¿se logró vencer a la ignorancia, a la mediocridad, a la indiferencia y al egoísmo o imbecilidad de nuestros compatriotas, males contra los cuales se impulsaba el positivismo?: “Si la ignorancia de los gobernantes i la servidumbre de los gobernados fueron nuestros vencedores, acudamos a la Ciencia, ese redentor que nos enseña a suavizar la tiranía de la Naturaleza, adoremos la Libertad, esa madre enjendradora de hombres fuertes”, decía don Manuel González Prada, y añadía: “Hablo de la Ciencia robustecida con la sangre del siglo, de la Ciencia con ideas de radio jigantesco, (…) de la Ciencia positiva que en sólo un siglo de aplicaciones industriales produjo más bienes a la Humanidad que milenios enteros de Teolojía i Metafísica”.

No es muy difícil responder las preguntas antes formuladas. El positivismo en el Perú ha fracasado. En pleno siglo XXI –en parte– la realidad peruana es la misma de antes. El Perú sigue siendo ese “burdel”, como lo llamó alguna vez el historiador Pablo Macera (1928), sigue siendo ese país, esa nación, esa “realidad doliente”, en palabras del sociólogo Julio Cotler. El Perú es una realidad heterogénea, desigual y multiforme. La educación, la política, la economía… siguen siendo los mismos problemas de antes.

¿Cuál fue la naturaleza del positivismo peruano?, ¿por qué ha fracasado y por qué ha sido inaplicable a nuestra realidad? Su naturaleza nunca fue científica. Su naturaleza fue apenas política e idealista. El positivismo en el Perú no fue una ciencia, sino un ideal, un sueño, una promesa jamás cumplida. Fue una seudociencia, porque no hubo en el Perú un genuino filósofo o científico del positivismo. La razón de ser de su fracaso radica en su carácter político, ideológico y en su interpretación reducida, sesgada, materialista. Se entendió el positivismo como la ciencia del progreso y el progreso se concibió como un mero materialismo, como una acumulación de riquezas en desmedro del avance científico, el conocimiento científico el progreso y desarrollo de los pueblos.

Fracasó también porque la filosofía positivista de Augusto Comte no fue aceptada en su totalidad por los positivistas peruanos. Estos adoptaron el de Herbert Spencer que fue reconocida y exaltada en el Perú como la más genuina realización de los ideales positivistas. Este es un rasgo característico del movimiento peruano, que es preciso tener en cuenta para interpretar realmente su sentido, su proceso y su fracaso. Es sabido que el espencerismo fue sólo a medias un positivismo.

Desde un enfoque positivista, el de Comte, el hombre debía renunciar a buscar el origen de las cosas y su esencia, el hombre se debía abocar a describir las cosas a buscar sus leyes, en un proceso lógico y conectado del razonamiento, mediante la pura observación. Si la escolástica fue un instrumento de orden mental (ese que era utilizado para embrutecer a los hombres incautos e ignorantes), el positivismo debía servir también como un aparato de orden mental (no solo en las aulas universitarias y en los debates entre intelectuales, sino también –y sobre todo– desde todos los aparatos del poder político y económico y en la ciudadanía en general). Cambiar la metafísica, el subjetivismo, la ignorancia, la indiferencia, la pobreza de espíritu, por conocimiento, ciencia, progreso, educación y ciudadanía.

En suma, el positivismo peruano ha fracasado porque –lo reiteramos– no fue una ciencia genuina, sino una seudociencia, un sueño, una promesa utópica: se ha logrado la independencia política, pero no se ha logrado la independencia mental. No sirvió para la formación de la conciencia nacional, ni para transformar la realidad. Se sirvió de las circunstancias para cambiar el orden existente, aunque no haya surgido efecto posteriormente en el ansiado cambio que incitaban y proclamaban las clases políticas e intelectuales. No podía ser de otra manera. El positivismo en el Perú era inaplicable. Porque el país siempre ha sido una realidad fragmentada, heterogénea, contradictoria, segregada en clases sociales disímiles, en identidades culturales y lingüísticas inconciliables.

Y… ¿la educación en el Perú? Es un fracaso, un vergonzoso fracaso que no le interesa al gobierno ni a la sociedad en general; porque no forma parte de sus prioridades, porque se la mira como un gasto innecesario en lugar de entenderla como una inversión necesaria y un derecho universal. Jamás ha habido un interés real para cambiar esta realidad doliente. La educación jamás ha sido entendida como el futuro del progreso –he ahí la raíz de todos los males–, por lo contrario, es una contradicción, una injusticia, una desigualdad. 

Es un fracaso debido a la ignorancia, la mediocridad, el individualismo y los intereses particulares de las clases políticas gobernantes y por las clases económicas, porque nunca fue un proyecto de nación, solo fue –como el positivismo– un reflejo del sueño de unos pocos hombres pensadores. Es esta la historia del positivismo en nuestro país y es esta la historia de nuestra educación vista desde las más altas esferas del poder político y económico. ¿Hasta cuándo seguiremos buscando “fórmulas” para salir de nuestros viejos y aparentemente eternos problemas?, ¿hasta cuándo reinarán entre nosotros y entre nuestras autoridades la ignorancia, la indiferencia, la corrupción y la pésima educación?

Mientras la televisión basura siga reinando en los hogares de las familias peruanas, mientras la indiferencia de los ciudadanos, la ignorancia y la estupidez de nuestros gobernantes sigan reinando, mientras no haya una decisión política y un cambio de actitud entre nosotros, seguiremos viviendo en un mundo mediocre, condenado al fracaso y la autodestrucción. Es una necesidad imperiosa cambiar los paradigmas de la educación peruana, transformarla desde el seno de las familias y las escuelas públicas y privadas.  


Escrito por

Luis Alberto Medina

Fundador y director de la revista literaria El Azar Inmóvil, investigador, fotógrafo aficionado, bloger y docente.


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