PERÚ BICENTENARIO: AQUPAMPA, PRIMERA NOVELA QUECHUA
Justicia que llega tarde y que marca un hito en nuestro quehacer literario
"El hombre hace la literatura y después la literatura contribuye a modelar al hombre. Las artes forman la médula de un país, rigen al ser humano; su propia libertad, la más alta y absoluta es posible; y los frutos de ella, llevan el sello de lo antiguo, de la obra de los predecesores, cuando éstos han existido.“
Este sábado 25 de agosto, se premiará en la Feria Internacional del Libro de Cusco, a los ganadores del Premio Nacional de Literatura 2018. Esta premiación sería una más de las que se otorgaron durante estos 197 años de nuestra vida republicana -sin menospreciar el genio creador de los que recibieron este máximo galardón-, desde que fue creado en 1942 el gobierno de Manuel Prado Ugarteche, por ley Nº 9614.
Desde entonces, el Premio Nacional era entregado por el Ministerio de Educación. Fueron asignadas un total de doce categorías, cuya premiación se realizaba cada 28 de julio: Medicina, Poesía, Arte, Historia y Geografía, Música, Ciencia… Las Fiestas Patrias se celebraban reconociendo y premiando a los más insignes ciudadanos, cuya labor intelectual, científica y creativa destacaba y merecía tal galardón. Si no, ¿de qué otra manera avanza un país? ¿Cómo fomenta el Estado la creatividad, la investigación científica, el arte, la educación de una nación si no es reconociendo el esfuerzos de sus ciudadanos?
Así, con algunas interrupciones, fueron galardonados, los más importantes intelectuales e investigadores de nuestro país. Tuvimos nuestras épocas de oro, porque salieron a la luz las generaciones del 50, 60 y 70. Washington Delgado obtuvo el Premio Nacional de Poesía en 1953; el sabio Fernando Cabieses, el Premio Nacional de Ensayo en 1956; Eleodoro Vargas Vicuña, el Premio Nacional de Poesía en 1959. En fechas anteriores, también fueron reconocidos y premiados Jorge Eduardo Eielson (1945), que a los 21 años fue condecorado por su poemario Reinos; Luis Jaime Cisneros (1948, 1956, 1963), tres veces premiado en las categorías de Crítica (una vez) y Pedagogía (dos veces), respectivamente.
Entre otros, también recordamos a José María Arguedas, principal y auténtico impulsor del indigenismo. Fue premiado en 1959, con su clásico Los ríos profundos, que representa el Perú profundo desde la óptica del niño Ernesto, las chicherías y el universo andino. También Julio Ramón Ribeyro, que ganó el Premio Nacional de Literatura en 1960; Arturo Corcuera (1963), el mago de la palabra y genio creador de Noé delirante; Mario Vargas Llosa (1967), por su monumental Casa Verde.
El año 1983 fue el último en el que se entregó el Premio Nacional de Literatura. Durante el segundo gobierno de Fernando Beláunde Terry, por segunda vez, Julio Ramón Ribeyro recibió el máximo galardón. Entonces, el país empezaba a hundirse en una crisis política y económica, agravadas por la incursión terrorista de Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas.
La violencia se prolongó por dos décadas, desde 1980 -cuando miembros de SL quemaron las ánforas electorales en Chuschi (Ayacucho)- hasta el año 2000, cuando la democracia fue recuperada de la mafia montada por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, quienes habían tomado por asalto y habían corroído las instituciones democráticas más importantes del Estado.
Con Julio Ramón Ribeyro, en 1983, había sucumbido el Premio Nacional de Cultura. Los gobiernos de Alan García Pérez (1985-1990 y 2006-2010), Alberto Fujimori (1990-2000) y Alejandro Toledo (2001-2006), fueron parte de nuestra época de oscurantismo en materia de Educación, Cultura y Ciencia. El gran Premio Nacional era solo un colosal fantasma que había muerto en el siglo pasado. A los peruanos, solo nos tocaba mirar, con cierta apatía, cómo los Premios Nacionales se consolidaron aún más en los países vecinos y aquí teníamos solo los recuerdos de nuestras viejas glorias.
Si existió alguna iniciativa en materia de Cultura, ello ocurrió en el año 2001, cuando el Gobierno de Alejandro Toledo crea la Comisión Nacional de Cultura, y designa al artista y activista social Víctor Delfín como el responsable de preparar los Lineamientos de Política Cultural.
Fue así como se evidenció la necesidad de crear el Ministerio de Cultura; sin embargo, luego de muchas marchas y contramarchas, el Ministerio fue creado recién el 2010, a finales del segundo gobierno de Alan García Pérez, mediante el decreto de Ley Nº 29565, siendo nombrado el antropólogo Juan Ossio Acuña como el primer Ministro de Cultura en la historia republicana.
El punto de partida para el Premio Nacional de Cultura del nuevo milenio ocurrió en el año 2012, durante el gobierno de Ollanta Humala Tasso (2011-2016). Cuando creíamos que todo estaba consumado, 35 años después y mediante la Resolución Ministerial N° 119-2013-MC, se creó el ‘Premio Nacional de Cultura’:
“como principal reconocimiento del Estado Peruano a las personas y organizaciones nacionales que contribuyen, a través de su quehacer cultural y artístico, en la construcción de la identidad, en el fomento a la creatividad y el respeto a la diversidad cultural en el país”.
Fueron creadas, entonces, tres categorías: Buenas Prácticas Institucionales, mención con la que se premió a la Asociación Taller de Educación y Comunicación a través del Arte “Arena y Esteras”; Creatividad, cuyo ganador fue el artista plástico Christian Bendayán; y Trayectoria, que fue designado para el sacerdote Gustavo Gutiérrez, humanista e impulsor de la Teología de la liberación.
En las siguientes ediciones, fueron premiados Edgardo Rivera Martínez (Creatividad), Rodolfo Hinostroza (Trayectoria), en el 2013; Luis Quequezana (Creatividad), Francisco Lombardi (Trayectoria), en el 2014; Gonzalo Portocarrero (Creatividad) y Julio Cotler (Trayectoria), en el 2015; Ricardo Dolorier (Creatividad) y Carlos Germán Belli (Trayectoria), por mencionar a los más representativos.
En su versión actual, desde el 2017, existen seis categorías del Premio Nacional de Cultura: Poesía, Cuento, Novela, Literatura Infantil y Juvenil, Literatura en Lenguas Originarias y No Ficción.
“Cada año se convocan tres (3) categorías, las cuales se alternarán bianualmente. Para la edición 2017, las categorías convocadas fueron Poesía, Cuento y Literatura Infantil y Juveni”.
En esta versión modificada (2017), en la categoría de Cuento, la obra ganadora fue Tres mujeres de Susanne Noltenius; en Infantil y Juvenil, Falsos cuentos: Taca-Taca de Gerónimo Chuquicaña Saldaña; y en Poesía, El hombre elefante y otros poemas de Miguel Ildefonso.
En todas las versiones de los Premios Nacionales que el Estado otorgó durante sus 197 años de vida republicana, había una omisión onerosa que -aunque es indudablemente paradógico- hasta ahora había pasado "desapercibido" para el propio Estado: la producción artística, académica y cultural en las lenguas originarias del país. Así, a puertas de celebrar el Bicentenario, nos preguntamos: ¿somos parte de un Estado que se proclama monolingüe, se reconoce únicamente hispanohablante y premia única y exclusivamente a sus más importantes artistas, intelectuales, científicos... hispanófonos?
La respuesta es chocante, contradictoria y deprimente: sí; en la práctica, sí… A pesar de que se reconoce constitucionalmente como lenguas oficiales del país al quechua, al aimara y a las lenguas amazónicas. Esta es nuestra realidad. Llevamos poco menos que 200 años de vida republicana, estamos a puertas de Bicentenario; sin embargo, en la práctica, las lenguas originarias, las culturas originarias, siguen siendo invisibilizadas, por la sociedad y la cultura hegemónicas; y por el propio Estado, regido por la lógica que gobierna el imaginario de dichas hegemonías.
¿Que vamos avanzando en materia de reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios? Sí, vamos avanzando. Así llegó el Premio Nacional de Literatura en lenguas originarias. El primer ganador ha sido Pablo Landeo Muñoz, natural de Acobamba (Huancavelica, 1959), docente egresado de La Universidad Inca Garcilaso de la Vega, con maestría en Literatura Peruana y latinoamericana, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, docente de Quechua en el Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (Inalco), en París, Francia (Perú 21, revisado el 21 de agosto de 2018).
El libro con el que Pablo Landeo ha sido galardonado es Aqupampa (Pakarina Ediciones, 2016), escrito y publicado exclusivamente en quechua. Aborda sobre la situación del migrante provinciano que llega a los arenales (aqu pampa) de la periferia limeña (Villa El Salvador), y conecta con los hechos violentos del país, cuyas víctimas recurrentes son los hombres y mujeres andinos.
Este premio llega tarde -como casi todo en nuestro país-, con 200 años de retraso. Sin embargo, se erige como un monumento, como un hito que marcará el inicio de una nueva república, la que siempre soñamos y que nos fue negada por mucho tiempo. Será el punto de partida, la génesis de nuestra producción literaria en lenguas originarias. Un hito y un reto, al mismo tiempo.
El reto va para todos aquellos potenciales lectores quechuas. Especialmente para quienes vimos la luz en el mundo quechua, porque tenemos el derecho natural y constitucional de estudiar, informarnos, leer, entretenernos y comunicarnos en nuestra propia lengua. Del mismo modo, tenemos el deber de promover nuestra cultura, de escribir(nos) en nuestra lengua, de enseñarles a nuestros hijos a amar nuestra cultura. También es una oportunidad para quienes vienen aprendiendo el quechua como segunda lengua; y una invitación para quienes no la hablan.
Esta premiación significa una celebración para todos los que somos quechuas y nos reconocemos parte de los pueblos originarios. Así, con mucho fervor, celebramos el premio de Pablo Landeo, como si fuese el de todos los runas, de todas las naciones originarias. César Vallejo debe estar festejando en París, con o sin aguacero; Ciro Alegría, diría que el Perú es ancho, pero ya no tan ajeno. Y… José María Arguedas tomaría este premio como suyo propio, y volvería a vivir como un demonio feliz que habla en cristiano y en indio, en español y en quechua.
Finalmente, así nos hemos de sentir todos; porque sí, es un gran acierto la apuesta del Ministerio de Cultura el incluir a las lenguas originarias. Aún nos falta ir por más, seguir conquistando nuestros derechos constitucionales. Nos falta crear un Instituto Nacional de Lenguas Indígenas. Nos falta crear universidades indígenas (quechua, aimara y ashaninka), donde nuestros hijos puedan asistir y educarse en nuestra propia lengua. Estas universidades ya son una realidad en México y Bolivia, por ejemplo.
A puertas de celebrar nuestro bicentenario, todavía existen quienes afirman que las lenguas originarias no sirven para mucho. Ellos pretenden uniformar a la sociedad, proclaman que la castellanización total y absoluta es el único medio de salvación para lograr el ansiado progreso. A ellos, les dedicamos esta cita de Arguedas, que hoy está más vigente que nunca:
"Gracias, Pedro –le contesté–. No sé bien a qué llamas idealista y a qué ‘poner los pies en el suelo’… Sin duda existe un conflicto entre tu pensamiento y el mío, entre las raíces de nuestros pensamientos… ¿Quién está más desbocado? ¿Quién tiene más el jugo del suelo? Quieres cambiar y uniformar a los otros. Necesitas más de mí que acaso percibo mejor cada detalle del mundo…".